Saturday, June 30, 2007

ANIVERSARIO Y BALANCE


Escrito: Por José Carlos Mariátegui con motivo del 3er aniversario de la revista Amauta que él dirigía.

Primera edición: Amauta Año III, No 17. Lima, setiembre de 1928.

Preparado para el Internet: Por Jaime F. Quino G., julio de 2003.



Amauta llega con este número a su segundo cumpleaños. Estuvo a punto de naufragar al noveno número, antes del primer aniversario. La admonición de Unamuno -"revista que envejece, degenera"- habría sido el epitafio de una obra resonante pero efímera. Pero Amauta no había nacido para quedarse en episodio, sino para ser historia y para hacerla. Encarar con esperanza el porvenir. De hombres y de ideas, es nuestra fuerza.


La primera obligación de toda obra, del género de la que Amauta se ha impuesto, es esta: durar. La historia es duración. No vale el grito aislado, por muy largo que sea su eco; vale la prédica constante, continua, persistente. No vale la idea perfecta, absoluta, abstracta, indiferente a los hechos, a la realidad cambiante y móvil; vale la idea germinal, concreta, dialéctica, operante, rica en potencia y capaz de movimiento. Amauta no es una diversión ni un juego de intelectuales puros: profesa una idea histórica, confiesa una fe activa y multitudinaria, obedece a un movimiento social contemporáneo. En la lucha entre dos sistemas, entre dos ideas, no se nos ocurre sentirnos espectadores ni inventar un tercer término. La originalidad a ultranza, es una preocupación literaria y anárquica. En nuestra bandera inscribimos esta sola, sencilla y grande palabra: Socialismo. (Con este lema afirmamos nuestra absoluta independencia frente a la idea de un Partido nacionalista, pequeño burgués y demagógico.)


Hemos querido que Amauta tuviese un desarrollo orgánico, autónomo, individual nacional. Por esto, empezamos por buscar su título en la tradición peruana. Amauta no debía ser un plagio, ni una traducción. Tomábamos una palabra incaica, para crearla de nuevo. Para que el Perú indio, la América indígena, sintieran que esta revista era suya. Ypresentamos a Amauta como la voz de un movimiento y de una generación. Amauta ha sido, en estos dos años, una revista de definición ideológica, que ha recogido en sus páginas las proposiciones de cuantos con títulos de sinceridad y competencia, han querido hablar a nombre de esta generación y de este movimiento.


El trabajo de definición ideológica nos parece cumplido. En todo caso, hemos oído ya las opiniones categóricas y solícitas en expresarse. Todo debate se abre para los que opinan, no para los que callan. La primera jornada de Amauta ha concluido. En la segunda jornada, no necesita ya llamarse revista de la "nueva generación", de la "vanguardia", de las "izquierdas". Para ser fiel a la revolución, le basta ser una revista socialista.


"Nuestra generación", "nuestro espíritu", "nuestra sensibilidad", todos estos términos han envejecido. Lo mismo hay que decir de estos otros rótulos: "vanguardia", "izquierda", "renovación", Fueron nuevos y buenos en su hora. Nos hemos servido de ellos para establecer demarcaciones provisionales, por razones contingentes de topografía y orientación. Hoy resultan ya demasiado genéricos y anfibológicos. Bajo estos rótulos, empiezan a pasar gruesos contrabandos. La nueva generación no será efectivamente nueva sino en la medida en que sepa ser, en fin, adulta, creadora.


La misma palabra revolución, en esta América de las pequeñas revoluciones, se presta bastante al equívoco. Tenemos que reivindicarla rigurosa e intransigentemente. Tenemos que restituirle su sentido estricto y cabal. La revolución latinoamericana será nada más y nada menos que una etapa, una fase de la revolución mundial. Será simple y puramente la revolución socialista. A esta palabra agregad, según los casos, todos los adjetivos que queráis: "antiimperialista", "agrarista", "nacionalista-revolucionaria". El socialismo los supone, los antecede, los abarca a todos.


A Norteamérica capitalista, plutocrática, imperialista, sólo es posible oponer eficazmente una América latina o íbera, socialista. La época de la libre concurrencia en la economía capitalista ha terminado en todos los campos y todos los aspectos. Estamos en la época de los monopolios, vale decir de los imperios. Los países latinoamericanos llegan con retardo a la competencia capitalista. Los primeros puestos están ya definitivamente asignados. El destino de estos países, dentro del orden capitalista, es de simples colonias. La oposición de idiomas, de razas, de espíritus no tiene ningún sentido decisivo. Es ridículo hablar todavía del contraste entre una América sajona materialista y una América latina idealista, entre una Roma Rubia y una Grecia pálida. Todos estos son tópicos irremisiblemente desacreditados. El mito de Rodó no obra ya -no ha obrado nunca- útil y fecundamente sobre las almas. Descartemos, inexorablemente, todas estas caricaturas y simulacros de ideologías y hagamos las cuentas, seria y francamente, con la realidad.


El socialismo no es, ciertamente, una doctrina indoamericana. Pero ninguna doctrina, ningún sistema contemporáneo lo es ni puede serlo. Y el socialismo, aunque haya nacido en Europa, como el capitalismo, no es tampoco específico ni particularmente europeo. Es un movimiento mundial, al cual no sustrae ninguno de los países que se mueven dentro de la órbita de la civilización occidental. Esta civilización conduce, con una fuerza y unos medios de que ninguna civilización dispuso, a la universalidad. Indoamérica en este orden mundial, puede y debe tener individualidad y estilo; pero no una cultura ni un sino particulares. Hace cien, años debimos nuestra independencia como naciones al ritmo de la historia de Occidente, que desde la colonización nos impuso ineluctablemente su compás. Libertad, Democracia, Parlamento, Soberanía del Pueblo, todas las grandes palabras que pronunciaron nuestros hombres de entonces procedían del repertorio europeo. La historia, sin embargo, no mide la grandeza de esos hombres por la originalidad de estas ideas, sino por la eficacia y genio con que las sirvieron. Y los pueblos que más adelante marxhan en el continente son aquellos donde arraigaron mejor y más pronto. La interdependencia, la solidaridad de los pueblos y de los continentes, eran sin embargo, en aquel tiempo, mucho menores que en éste. El socialismo, en fin, está en la tradición americana. La más avanzada organización comunista, primitiva, que registra la historia, es la incaica.


No queremos, ciertamente, que el socialismo sea en América calco y copia. Debe ser creación heróica. Tenemos que dar vida, con nuestra propia realidad, en nuestro propio lenguaje, al socialismo indoamericano. He aquí una misión digna de una generación nueva.
En Europa, la degeneración parlamentaria y reformista del socialismo ha impuesto, después de la guerra, designaciones específicas. En los pueblos donde ese fenómeno no se ha producido, porque el socialismo aparece recién en su proceso histórico, la vieja y grande palabra conserva intacta su grandeza. Lo guardará también en la historia, mañana, cuando las necesidades contingentes y convencionales de demarcación que hoy distinguen prácticas y métodos, hayan desaparecido.


Capitalismo o socialismo. Éste es el problema de nuestra época. No nos antisipamos a la síntesis, a las transacciones, que sólo pueden operarse en la historia. Pensamos y sentimos como Gobetti que la historia es un reformismo mas a condición de que los revolucionarios operen como tales. Marx, Sorel, Lenin, he ahí los hombres que hacen la historia.


Es posible que muchos artistas e intelectuales apunten que acatamos absolutamente la autoridad de maestros irremisiblemente comprendidos en el proceso por la trahison des clercs. Confesamos sin escrúpulo, que nos sentimos en los dominios de lo temporal, de lo histórico, y que no tenemos ninguna intención de abandonarlos. Dejemos con sus cuitas estériles y sus lacrimosas metafísicas a los espíritus incapaces de aceptar y comprender la época. El materialismo socialista encierra todas las posibilidades de ascención espiritual, ética y filosófica. Y nunca nos sentimos más rabiosa y eficaz y religiosamente idealistas que al asentar bien la idea y los pies en la materia.

Thursday, May 17, 2007

EL ODIO A MAYO DEL 68


Alain Krivine y Daniel Bensaid - Vientosur


"En estas elecciones, se trata de saber si la herencia de Mayo del 68 debe ser perpetuada o si debe ser liquidada de una vez por todas. Quiero pasar la página de mayo del 68".


Ha sido necesario esperar a la última semana de campaña para conocer, en boca de Sarkozy, el verdadero meollo de estas elecciones. Acabar con el espíritu y la herencia de Mayo del 68, ese pelagatos, ese sarnoso, de donde nos vienen todos los males, responsable de todas las decadencias francesas. Aquí está, por fin, la "ruptura", aunque menos tranquila de lo anunciado.


Si se trata de acabar con la esperanza de Mayo, hace mucho tiempo que, de conmemoraciones a oraciones fúnebres, de Mitterrand a Cohn-Bendit, otros se han ocupado ya de hacerlo. Con la ayuda del narcisismo generacional, las ceremonias del 20 aniversario, en 1988, fueron ya una especie de entierro espectacular que prefiguraba las festividades fúnebres del Bicentenario [de la revolución francesa de 1789. ndt]. Del 68, no quedaba ya más, en la memoria de algunos actores, que una gran movida estudiantil, un gigantesco libertinaje y una entrada tardía en la modernidad hedonista. Por más que todo esto se ha producido en nuestras sociedades de mercado occidentales, sin que hubiera necesidad para ello de la huelga general más masiva y más larga de la historia.


La herencia no es un bien que se posee y que se guarda. Si no algo que los herederos se disputan y lo que hacen de ella. Hay su Mayo y el nuestro. El de la leyenda dorada de los "felices, ricos y célebres" o "amor, gloria y belleza". Y el de las fábricas y de las facultades ocupadas, el de "si lo paramos todo", para que todo se haga posible.


Sin embargo, es este Mayo del 68 de la huelga general, del que el candidato Sarkozy promete pasar la página, comenzando por atacar al derecho de huelga, al código del trabajo, y a todas las conquistas arrancadas con un alto precio por las luchas pasadas. "Quiero ser el portavoz de todos los infelices golpeados por la vida, desgastados por la vida. Todos esos de abajo, todos esos seres anónimos, todas esas personas corrientes: por ellos quiero hablar", dice Sarkozy. Pero ellos no le piden tanto. Preferirían hablar por sí mismos, antes que entregar el monopolio de su palabra a la voz de sus amos, Bouygues, Lagardère, Dassault y demás compinches [cabezas de transnacionales francesas, que controlan los más importantes grupos de comunicación y apoyan a Sarkozy. ndt].


"Quiero volver a dar al trabajador el primer lugar en la sociedad", añade Sarkozy. Al trabajo no al trabajador, que se deberá ganar este primer puesto, trabajando más para ganar menos, y que recibirá a cambio no ya algo que se le debe, sino una generosa "recompensa" (¡sic!), consentida por un buen amo...


¿Culpable Mayo del 68? ¿Y porqué no también Rousseau y la Revolución francesa, que sembraron el desorden, destruyeron jerarquías, derrocaron autoridades? ¿Y culpable de qué?


¿De haber impuesto "el relativismo intelectual y moral" para el que todo vale y equivale? Como si no fuera el espíritu del capitalismo el que inculca que todo se compra y todo se vende. Como si fuera Mayo 68, y no la bulimia de la ganancia, el responsable del escándalo de la quiebra del Crédit Lyonnais, de las stock options, de las comisiones por la venta de las fragatas a Taiwan, de los festines en la alcaldía de París, de los delitos de cuello blanco, de los fraudes inmobiliarios y de los tráficos bursátiles.


¿Culpable de haber "liquidado la escuela de Jules Ferry [promotor a finales del siglo XIX del sistema escolar republicano francés.ndt]" y forjado "detestar la laicidad"?. ¡Como si la liquidación de la escuela para todos no fuera debida en primer lugar a discriminaciones sociales y segregaciones territoriales! ¡Como si la laicidad no estuviera más amenazada por la descentralización y la privatización rampante de la educación pública y la transferencia a la empresa, exigida por la patronal Medef, de la misión educativa que en otros tiempos correspondía al profesor!


¿Culpable de haber "introducido el cinismo en la sociedad y en la política" y favorecido "el culto al dinero rey, al proyecto a corto plazo, las derivas del capitalismo financiero"?. Como si el cinismo no existiera entre los patronos del CAC 40 [índice principal de la Bolsa francesa. ndt], que se embolsan subvenciones y reducciones de impuestos, y deslocalizan para ganar más, exigiendo recuperar el 15% de la inversión con un crecimiento del 2%. Y como si la obra maestra del cinismo no estuviera en ese discurso de Sarkozy en Bercy, que invoca a Juana de Arco y la miseria que había entonces en el reino de Francia, para llamar a un nuevo impulso moral, sin decir una palabra sobre las políticas que han producido esta miseria social y sobre el papel del propio orador. Cinismo es necesario, y a grandes dosis, para proclamarse "el candidato del pueblo y no de los medios, de los aparatos, de tal o cual interés particular", cuando se dispone del apoyo de todos los grandes medios privados, del mayor aparato político y de los principales intereses industriales y financieros.


En realidad, la eclosión de un individualismo sin individualidad, de un hedonismo sin placer, del curso egoísta de cada cual para sí, no son en absoluto el resultado del Mayo del 68, sino de su fracaso y de su reflujo. Mayo del 68 fue, por el contrario, un gran momento de solidaridad. Justamente para borrar su recuerdo, los ganadores de la bonoloto liberal no han querido retener de él más que las reformas de las costumbres, asfixiando su revuelta social. Cada párrafo del discurso de Bercy deja una profunda indignación. Es un discurso de revancha y de venganza. Un discurso versallés [los "versalleses" fueron los verdugos de la Comuna de París de 1871], que hace estremecerse de gusto al ramillete de ministros y ministrables, André Glücksmann como pope alucinado, la comisaria Julie Madrange, el evasor de impuestos de Optic 2000, Doc Gyneco y Arthur, Steevy y Enrico Macias, Thierry Roland y Philippe Bouvard, el siniestro Fillon et Alliot-Marie que cambia más de ideas que de camisa. Y todo ese pequeño mundo en unión rugiendo de placer a cada golpe lanzado contra el fantasma del 68.


¿Por qué tanto odio? Sin duda es proporcional a un gran miedo. Al gran miedo de ayer, el viejo miedo recocido de los poseedores, momias reunidas cogidas del brazo para expulsar sus pesadillas, un cierto 30 de abril ante el Arco del triunfo. Pues el partido del orden sigue siendo, de algún modo, el reverso y el forro de un partido del miedo. Miedo del mañana, también: ¿se trata verdaderamente, de pasar la página, o de conjurar el espectro de un nuevo mes de Mayo? ¡Que se callen los pobres! Hay que defender a"la familia, la sociedad, el estado, la nación, la república". Y al Trabajo. Contra la canalla, la morralla, la chusma: la cantinela no es nueva. La divisa del Estado francés todavía puede seguir sirviendo.


Hay algo de Thiers [jefe del gobierno francés, responsable de la masacre de la Comuna. ndt] en este hombre. Se anuncia un fin de régimen tumultuoso. Marx decía de Luis Bonaparte: "Vista la falta total de personalidades de envergadura, el partido del orden se cree naturalmente obligado a inventarse un individuo único, atribuyéndole la fuerza de la que carecía toda su clase, para elevarle así a la dimensión de un monstruo". Este monstruo miniatura dispone ya hoy de su sociedad del 10 de Diciembre [el partido de Luis Bonaparte. ndt], de su claque, de sus especuladores. Como sus precursores, se presenta "en defensa de la sociedad" y se digna como "charlatán arrogante" a "llevar el peso del mundo a sus espaldas". Su fuerza depende de la debilidad de sus oponentes, ocupados por disputarle el "orden justo" y la "restauración nacional" [lemas electorales de Ségolène Royal. ndt].


Hace justamente treinta años, en vísperas de las elecciones legislativas de 1977, Gilles Deleuze había leído bien en el juego de los, entonces, "nuevos filósofos". "Las condiciones particulares de las elecciones hacen hoy que suba el nivel de tontería". El nivel no se contenta con subir. Se está desbordando. "En ese marco, añadía Deleuze, los nuevos filósofos se han inscrito desde el principio. Poco importa que algunos de ellos hayan estado inmediatamente contra la Unión de la Izquierda, mientras que otros habrían deseado proporcionar un poco más de confianza a Mitterrand. Una homogeneización de las dos tendencias se ha producido, más bien contra la izquierda, pero sobre todo a partir de un tema que estaba presente ya en sus primeros libros: el odio al 68. El asunto estaba en quién escupiría mejor sobre Mayo del 68. Es en función de este odio que han construido su sujeto de enunciación: `Nosotros,que hicimos Mayo del 68, podemos deciros que fue una tontería y que no lo volveremos a hacer nunca más´. Rencor al 68, eso es lo único que tienen para vender". De este odio al 68, el candidato Sarkozy ha hecho, con la ayuda de Glücksmann y de Luc Ferry, su filosofía electoral.


Verdaderamente, sólo tienen eso que vender. Ya no hay izquierda ni derecha, ni burgueses ni proletarios: todos tras el salvador supremo, todos tras el ungido del Señor, en un confuso barullo de los valores y los sentimientos. ¿Acaso Sarkozy no se siente tocado por la gracia, transfigurado por su primer mitin de campaña, cuando reveló a sus fieles: "¡He cambiado!". ¿Acaso no deja de asombrarse por esta "comunión", esta "gravedad casi religiosa", esta "especie de rezo silencioso que cien mil personas le dirigieron" (el ¡14 de enero en la Puerta de Versalles! [acto de proclamación de Sarkozy como candidato presidencial de la derecha.ndt]). Él responde con la promesa de "entregarse por entero" incluso "arriesgándose a sufrir". A sufrir por nosotros, por vosotros, pobres pecadores. Es la pasión de San Nicolás [nombre de Sarkozy.ndt].

El domingo, iremos pues a votar tatareando una vieja canción roja: "Tout ça n'empêche pas, Nicolas, qu'la Commune n'est pas morte… Tout ça n'empêche pas, Nicolas…" (A pesar de todo, Nicolás, la Comuna no está muerta. A pesar de todo, Nicolas...).
1 de mayo de 2007


* Traducción: Alberto Nadal

Sunday, March 04, 2007

Memoria de la Guerra Civil española

Eric Hobsbawm
Sin Permiso



”La Guerra Civil española llegó a ser recordada y sigue siendo recordada por quienes fueron jóvenes en la época como la indeleble memoria robacorazones de un primer amor grande y perdido. No es éste el caso en España, en donde todos experimentaron el trágico, mortífero y complejo impacto de la Guerra Civil, obscurecido y asordinado por la mitología y la manipulación del régimen impuesto por los vencedores. Sin embargo, al crear la memoria mundial de la Guerra Civil española, la pluma, el pincel y la cámara empuñados en favor de los vencidos probaron ser más poderosos que la espada y el poder de los vencedores”



La Guerra Civil española unió a una generación de jóvenes escritores, poetas y artistas en el fervor político. Que venciera el lado equivocado, no quiere decir que el triunfo más perdurable no se lo llevaran la pluma, el pincel y la cámara que crearon la memoria mundial del conflicto. El pasado 17 de febrero se cumplieron 70 años del primer bombardeo de los rebeldes franquistas sobre la ciudad de Barcelona –el primero sobre una población civil en el mundo no colonial—. Es el día que eligió el historiador Eric Hobsbawm, testimonio de excepción de la Guerra Civil, para reflexionar sobre su significado en la historia política del siglo XX y su superlativo impacto en el mundo de las artes y las letras.



La película Casablanca (1942) se ha convertido en icono permanente de cierta cultura educada, al menos entre las generaciones viejas. El reparto todavía resultará familiar, espero: Humphrey Bogart, Ingrid Bergman, Peter Lorre, Sydney Greenstreet, Marcel Dalio, Conrad Veidt, Claude Rains. Sus locuciones se han hecho parte de nuestro discurso, como las siempre mal citadas: “Tócala otra vez, Sam” o “Detenga a los sospechosos habituales”. Si dejamos de lado el asunto amoroso de base, se trata de una película sobre las relaciones entre la Guerra Civil española y la política general de ese extraño pero decisivo período en la historia del siglo XX, la era de Adolf Hitler. Rick, el héroe, había luchado con los republicanos en la Guerra Civil española. Sale de ella derrotado y cínico en su café marroquí, y la película termina con su regreso a la lucha en la II Guerra Mundial. En suma: Casablanca versa sobre la movilización del antifascismo en los años 30. Y quienes se movilizaron contra el fascismo antes que muchos otros, y de modo superlativamente apasionado, fueron intelectuales occidentales.



Hoy puede verse la Guerra Civil, la contribución de España a la historia trágica de ése, el más brutal de los siglos, en su contexto histórico. No fue, como pretendiera el neoliberal François Furet, una guerra entre la ultraderecha y el Komintern –un punto de vista compartido, desde un ángulo trotskista sectario, por la importante película Tierra y Libertad de Ken Loach (1995)—. La única elección era entre dos lados, y la opinión liberal-democrática eligió abrumadoramente el antifascismo. De ahí que, preguntados en 1939 de quién estaban a favor en una guerra entre Rusia y Alemania, el 83% de los norteamericanos manifestaran desear la victoria rusa. La de España fue una guerra contra Franco, es decir, contra las fuerzas del fascismo con las que Franco estaba alineado, y el 87% de los norteamericanos estaba a favor de la República. El caso es que, a diferencia de lo acontecido en la II Guerra Mundial, aquí ganó el lado equivocado. Pero si esta vez la historia no la escribieron los vencedores, ello se debe en gran medida a los intelectuales, los artistas y los escritores que se movilizaron masivamente a favor de la República.



La Guerra Civil española estuvo a la vez en el centro y en la periferia de la era del antifascismo. Fue central, porque enseguida se vio como una guerra europea entre el fascismo y el antifascismo, casi como la primera batalla de la guerra mundial venidera, anticipando algunos de los aspectos característicos de ésta, como las incursiones aéreas contra la población civil. Pero España no tomó parte en la II Guerra Mundial. La victoria de Franco no guardó relación con el colapso de Francia en 1940, y la experiencia de las fuerzas armadas republicanas no fue relevante en los posteriores movimientos de resistencia en tiempo de guerra, aun a pesar de que éstos se nutrieran en buena parte en Francia de republicanos españoles refugiados y de que antiguos brigadistas internacionales jugaran un papel decisivo en los movimientos de resistencia en otros países.



Para situar la Guerra Civil española en el contexto general de la era antifascista, hay que tener presente tanto el fracaso a la hora de resistir al fascismo, como el desapoderado éxito de la movilización antifascista entre los intelectuales europeos. Me refiero no sólo al éxito del expansionismo fascista y al fracaso de las fuerzas avaladoras de la paz en su intento de detener la venida aparentemente ineluctable de otra guerra mundial. Recuerdo también el fracaso de sus oponentes en punto a cambiar el estado de la opinión pública. Las únicas regiones que experimentaron un genuino giro político a la izquierda tras la Gran Depresión fueron Escandinavia y la América del Norte. El grueso de la Europa central y meridional estaba ya bajo gobiernos autoritarios o a punto de caer en sus manos, pero hasta donde podemos juzgar por datos electorales fragmentarios, la tendencia en Hungría y en Rusia, por no hablar de la diáspora alemana, era a la derecha. Por otro lado, la victoria del Frente Popular en Francia fue un desplazamiento dentro de la izquierda francesa, no un desplazamiento de la opinión pública hacia la izquierda. Las elecciones de 1936 dieron a la amalgama de radicales, socialistas y comunistas un escaso 1% más de votos que las de 1932.



Y sin embargo, si reconstruyo bien a partir de mi memoria personal las percepciones de esa generación, mi generación de la izquierda, fuéramos o no intelectuales, no nos veíamos a nosotros mismos como a una minoría en retroceso. No pensábamos que el fascismo continuaría ineluctablemente su avance. Estábamos seguros de estar a las puertas de un mundo nuevo. Dada la lógica de la unidad antifascista, sólo el fracaso de los gobiernos y de los partidos progresistas para unirse contra el fascismo contaba a la hora de explicar nuestro rimero de derrotas.
Eso ayuda a entender la desapodera deriva hacia el comunismo entre quienes se hallaban ya en la izquierda. Pero ayuda también a entender nuestra confianza como jóvenes intelectuales, pues ese grupo social se movilizó de modo superlativamente fácil, y aun desproporcionado, contra el fascismo. La razón es obvia. El fascismo –incluso el fascismo italiano— se oponía por principio a las causas que definían y movilizaban a los intelectuales como tales, es decir: a los valores de la Ilustración y a las Revoluciones Americana y Francesa. Salvo en Alemania, con sus robustas escuelas de teorías críticas contra el liberalismo, no había un cuerpo significativo de intelectuales laicos que no pertenecieran a esa tradición. La Iglesia Romana Católica contaba con muy pocos intelectuales eminentes conocidos y respetados fuera de sus propias filas. Yo no niego que en algunos campos, sobre todo en literatura, algunas de las figuras más distinguidas se hallaran claramente en la derecha –TS Eliot, Knut Hamsun, Ezra Pound, WB Yeats, Paul Claudel, Céline, Evelyn Waugh—, pero incluso en la legión literaria, la derecha políticamente consciente constituía un modesto regimiento en los años 30, excepto tal vez en Francia. Una vez más, eso se hizo patente en 1936. Los escritores norteamericanos, aceptaran o no la neutralidad de EEUU, se oponían en masa a Franco, y Hollywood más aún. De los escritores británicos encuestados, cinco (Waugh, Eleanor Smith y Edmund Blunden entre ellos) se declararon favorables a los nacionalistas, 16 eran neutrales (incluidos Eliot, Charles Morgan, Pound, Alec Waugh, Sean O'Faolain, HG Wells y Vita Sackville-West) y 106 estaban a favor de la República, muchos de ellos de manera apasionada. En lo que hace a España, no ofrece duda con quién estaban los poetas de lengua castellana –los que ahora se siguen recordando—: García Lorca, los hermanos Machado, Alberti, Miguel Hernández, Neruda, Vallejo, Guillén.



El sesgo operó ya contra el fascismo italiano, aun a pesar de que éste carecía de dos características que contribuían a la impopularidad entre los intelectuales: el racismo (hasta 1938) y el odio al modernismo en las artes. El fascismo italiano no perdió el apoyo de los intelectuales, salvo el de quienes estuvieran ya en posiciones de izquierda en 1922, hasta la Guerra Civil española. Parece que, con raras excepciones, los escritores italianos –en marcado contraste con lo que ocurrió en Alemania— no emigraron durante el fascismo. Pero 1936 es un punto de inflexión en la historia cultural y política italiana. Tal vez sea esa la razón de que la Guerra Civil española haya dejado pocas huellas en las bellas letras italianas, a no ser retrospectivamente. Quienes escribieron sobre ella fueron activistas emigrados: los Rossellis, Pacciardi, Nenni, Longo, Togliatti. En cambio, el antifascismo intelectual se activó contra Alemania desde el momento mismo en que Hitler tomó el poder, hizo autos de fe con los libros que figuraban en el índice de la ideología nazi y desencadenó una oleada de emigrantes ideológicos y raciales.



Las reacciones a la Guerra Civil española tanto de los intelectuales como de la izquierda movilizada fueron espontáneas y masivas. Aquí, al menos, el avance del fascismo era resistido con las armas. Decisivo, ciertamente, fue el llamamiento a la resistencia armada, el ser capaces de combatir, no meramente de debatir. WH Auden, solicitado que fue para ir a España por el valor propagandístico de su nombre, escribió a un amigo: “Seré con toda probabilidad un soldado condenadamente malo. ¿Pero cómo escribir para ellos sin serlo?”. Creo que se puede decir sin yerro que el grueso de los estudiantes británicos más conscientes políticamente de mi edad sentían que debían luchar en España y tenían mala consciencia si no lo hacían. La extraordinaria oleada de voluntarios que fueron a luchar por la República es, creo, única en el siglo XX. La cifra más fiable del volumen del cuerpo de voluntarios extranjeros que fueron a luchar por la República está en torno de los 35.000.



Formaban un haz variopinto por su procedencia social, cultural y personal. Y sin embargo, como dijera uno de ellos, el poeta inglés Laurie Lee: “Yo creo que compartíamos algo más, algo única y exclusivamente nuestro en aquel tiempo: la oportunidad, que nunca más volvería a presentarse, de hacer un gesto grande y expedito de sacrificio personal y de fe... pocos sabíamos que íbamos a una guerra de obsoletos fusiles y atascados cañones dirigida por amateurs tan valientes como aturdidos. Mas por el momento no había medias verdades ni vacilaciones; habíamos encontrado una nueva libertad, casi una nueva moralidad, y habíamos descubierto un nuevo satanofascismo.”



Yo no digo que las brigadas estuvieran compuestas de intelectuales, aun cuando alistarse voluntario para España, a diferencia de apuntarse a la Legión Extranjera francesa, entrañaba un grado de consciencia política y, desde luego, un conocimiento del mundo que el grueso de los trabajadores no politizados no poseía. Para la mayoría de ellos, salvo para los procedentes de la vecina Francia, España era terra incognita, a lo sumo un perfil en un atlas escolar. Sabemos que el cuerpo más grande de brigadistas internacionales, el francés (un poco menos de 9.000) procedía abrumadoramente de la clase obrera –92%— e incluía no más de un 1% de estudiantes y miembros de profesiones liberales, prácticamente todos comunistas. Dadas sus calificaciones técnicas, el grueso de ellos se empleó de hecho detrás de las líneas de frente. No obstante, dentro o fuera de las Brigadas, el compromiso, a veces el compromiso práctico, de los intelectuales está fuera de duda. Los escritores no sólo apoyaban a España con dinero, discursos y firmas, sino que escribieron sobre lo que allí ocurría, como Hemingway, Malraux, Bernanos y prácticamente toda la generación de jóvenes poetas británicos (Auden, Spender, Day Lewis, MacNeice). España fue la experiencia central de sus vidas entre 1936 y 1939, aun si después la perdieran de vista.



Tal fue manifiestamente el caso en mis días de estudiante en Cambridge entre 1936 y 1939. No es sólo que la Guerra de España convirtiera a jóvenes de ambos sexos en gentes de izquierda, sino que nos inspiraba el ejemplo de quienes fueron a España a combatir. Cualquiera que entrara en la habitación de estudiantes socialistas o comunistas en el Cambridge de aquellos días podía estar seguro de encontrarse allí con la fotografía de John Cornford, intelectual, poeta y dirigente de la organización estudiantil del Partido Comunista, que había caído en combate en España el día en que cumplía 21 años, en diciembre de 1936. Lo mismo que la familiar foto del Che Guevara, era una imagen potente, icónica: pero nos era más cercana, y, colgada de nuestras paredes, recordaba diariamente por qué estábamos luchando. El caso es que pocos estudiantes fueron a luchar a España luego de que el Partido Comunista de Gran Bretaña decidiera desaconsejar a los universitarios sin especial preparación militar el alistamiento voluntario. Muchos de los que combatieron se sumaron a las fuerzas republicanas antes de que el partido fijara esa política. Sin embargo, los brigadistas internacionales británicos incorporaron a un número significativos de intelectuales de talento, bastantes de los cuales cayeron en combate. Hasta donde soy consciente, ninguno de los supervivientes ha expresado jamás arrepentimiento por su decisión de ir a combatir.



Las polémicas entre los perdedores de la Guerra Civil, a veces malignas, no han cesado desde 1939. No fue así mientras la Guerra estuvo viva, a pesar de que incidentes como la prohibición del disidente POUM y el asesinato de su dirigente Andrés Nin provocaron protestas internacionales. Es obvio que un buen número de voluntarios extranjeros llegados a España, intelectuales o no, quedaron impresionados por lo que allí se veía, por el sufrimiento y la atrocidad, por el carácter implacable de la conducción de la guerra, por la brutalidad y la burocracia en el propio lado, o –en la medida en que se percataran de ello— por las intrigas y los enfeudamientos dentro de la República, por el comportamiento de los rusos y por tantas otras cosas. También aquí la polémica entre los comunistas y sus adversarios siguió ininterrumpida. Y sin embargo, durante la guerra, quienes dudaban permanecieron silenciosos luego de abandonar España. No querían prestar ayuda a los enemigos de la gran causa. Tras su regreso, Simone Weil, aun si manifiestamente decepcionada, no dijo palabra. Auden no escribió nada, aunque modificó su gran poema de 1937, “Spain”, en 1939, y rechazó su republicación en 1950. Confrontado con el terror estaliniano, Louis Fischer, un periodista estrechamente vinculado a Moscú, denunció sus lealtades pasadas, pero se cuidó muy mucho hacerlo mientras su gesto pudiera dañar a la República española. La excepción confirma la regla: el Homenaje a Cataluña de George Orwell. Se lo rechazó su editor habitual, Victor Gollancz, "en la creencia, compartida por tantas gentes de izquierda, de que todo debe sacrificarse en aras a preservar un frente común contra el ascenso del fascismo”. La misma razón le dio Kingsley Martin, editor del influyente semanario New Statesman & Nation, para rechazar una reseña crítica del libro. Representaban los puntos de vista abrumadoramente predominantes en la izquierda. Orwell mismo admitió tras su regreso de España que “mucha gente me ha dicho con distintos grados de franqueza que no se debe contar la verdad de lo que está sucediendo en España y del papel desempeñado allí por el Partido Comunista, porque hacerlo predispondría a la opinión pública contra el gobierno español, y así, ayudaría a Franco". En realidad, el mismo Orwell reconoció en carta a un reseñista amigo que “lo que dices respecto a no dejar que los fascistas dispongan de las disensiones entre nosotros es muy cierto”. Más aún: el público no mostró el menor interés en el libro. Se publicó en 1938, con una tirada de 1.500 ejemplares, y se vendió tan poco, que cuando, 13 años después, fue reeditado la primera edición aún no estaba agotada. Sólo en la era de la Guerra Fría dejó Orwell de ser una figura embarazosa y marginal.



Huelga decir que las polémicas póstumas sobre la Guerra Civil española son legítimas, y a decir verdad, esenciales. Pero sólo si logramos separar el debate sobre cuestiones reales del parti pris políticamente sectario, de la propaganda de la Guerra Fría y de la pura ignorancia de un pasado olvidado. La cuestión principal que planteó la Guerra Civil española fue, y sigue siendo, cómo se relacionaban la revolución social y la guerra en el lado republicano. La Guerra Civil española fue, o empezó siendo, ambas cosas. Nació de la resistencia de un gobierno legítimo, con ayuda de la movilización popular, contra un golpe militar parcialmente exitoso; y, en zonas importantes de España, de la transformación espontánea de la movilización en revolución social. Una guerra seria dirigida por un gobierno precisa de estructura, disciplina y un grado de centralización. Lo que caracteriza a las revoluciones sociales como la de 1936 es la iniciativa local, la espontaneidad y la independencia o aun la resistencia frente a la autoridad superior. Y eso fue especialmente así, dada la muy particular fortaleza del anarquismo en España.



En suma, lo que se planteó y sigue planteándose en esos debates es lo que dividía a Marx y a Bakunin. Las polémicas sobre el partido marxista disidente POUM son aquí irrelevantes, y dados su reducido tamaño y su papel marginal en la Guerra Civil, apenas significativas. Pertenecen a la historia de las disputas ideológicas dentro del movimiento comunista internacional o, si se prefiere, de la guerra implacable de Stalin contra el trotskysmo con el que sus agentes identificaban (erróneamente) al POUM. El conflicto entre el entusiasmo libertario y la organización disciplinada, entre la revolución social y el triunfo en la guerra, es un conflicto real en la Guerra Civil española, aun suponiendo que la URSS y el Partido Comunista desearan que la guerra terminara en revolución y que las partes de la economía socializadas por los anarquistas (es decir, puestas bajo control obrero local) funcionaran suficientemente bien. Las guerras, por flexibles que sean las cadenas de mando, no pueden ser libradas –ni las economías de guerra funcionar— de manera libertaria. La Guerra Civil española no habría podido echar a andar –por no hablar de ganarla— con prescripciones de tipo orwelliano.



Sin embargo, en un sentido más general, el conflicto entre revolución como aspiración a la libertad y el triunfo en la guerra no es puramente española. Apareció con todo su vigor tras la victoria de revoluciones en guerras de liberación: en Argelia, probablemente en Vietnam, ciertamente en Yugoslavia . Puesto que la izquierda perdió la Guerra Civil española, en este caso el debate es póstumo y cada vez más alejado de las realidades de la época, como ocurre con la película de Ken Loach, por otra parte tan inspirada y conmovedora. La repulsión moral provocada por el estalinismo y por la conducta de sus agentes en España está justificada. Es correcto criticar la convicción comunista de que la única revolución que contaba era la que otorgaba al partido un monopolio del poder. Con todo, esas consideraciones no son centrales para el problema de la Guerra Civil. Marx tendría que haberse confrontado con Bakunin aun cuando todos los que estaban del lado republicano hubieran sido ángeles. Pero hay que decir que, entre quienes se batieron como soldados por la República, la mayoría encontraba a Marx más relevante que a Bakunin, a despecho de que algunos supervivientes puedan recordar la espontánea pero insuficiente euforia de la fase anarquista de liberación con tanta ternura como exasperación.



Luego de su breve momento en el centro de la historia mundial, España regresó a su posición marginal. Fuera de España, la Guerra Civil pervivió, como sigue perviviendo entre un buen número de sus coetáneos no españoles, en rápida disminución. Llegó a ser recordada y sigue siendo recordada por quienes fueron jóvenes en la época como la indeleble memoria robacorazones de un primer amor grande y perdido. No es éste el caso en España, en donde todos experimentaron el trágico, mortífero y complejo impacto de la Guerra Civil, obscurecido y asordinado por la mitología y la manipulación del régimen impuesto por los vencedores. Sin embargo, al crear la memoria mundial de la Guerra Civil española, la pluma, el pincel y la cámara empuñados en favor de los vencidos probaron ser más poderosos que la espada y el poder de los vencedores.



Eric Hobsbawm es el decano de la historiografía marxista británica. Su último libro es un volumen de memorias autobiográficas: Años interesantes , Barcelona, Critica, 2003. Traducción para www.sinpermiso.info: Antoni Domènech

Monday, February 19, 2007

Razones del auge económico mundial

Theotonio dos Santos


El inicio de 2007 está lleno de manifestaciones de optimismo sobre el comportamiento de la economía mundial, a pesar de las varias alertas sobre los factores negativos que amenazan la continuidad del auge mantenido durante casi toda la década de90 del siglo pasado (particularmente desde 1994), con una corta interrupción entre 2000 y 2001.
El informe anual de la UNCTAD recientemente publicado, siempre de muy buena calidad, habla de una pequeña caída de la alta tasa de crecimiento alcanzada en 2006. Previsiones similares se esperan del Informe Anual del Presidente de Estados Unidos en febrero, preparado por el consejo económico del mismo.
EL FMI, el Banco Mundial y el excelente informe de Naciones Unidas deben confirmar las previsiones positivas respecto al crecimiento económico anunciadas en los estudios de coyuntura del pasado año.
Se trata de un consenso determinado por la fuerza de los números, pues los “cánones” de la teoría económica no saben muy bien explicar este comportamiento de la economía mundial. Para aquellos que trabajan con los ciclos largos de Kondratiev, este comportamiento de la economía mundial era plenamente previsible, como el lector podrá certificar si lee mis artículos y libros escritos desde la década de 70.
Según este universo teórico, desconocido para los economistas neoliberales y muchos heterodoxos, era previsible que las fuerzas que iniciaban una reestructuración de la economía mundial desde 1966 deberían preparar un nuevo auge económico que los ciclos largos de Kondratiev indicaban se iniciarían en 1994 aproximadamente.
No se trata de ninguna magia sino de una buena teoría economica apoyada en el estudio de la historia económica y no en el establecimiento de hipótesis llenas de ideología y empíricamente irresponsables, formalizaciones más estéticas que efectivas y deducciones puramente formales, todo eso al servicio del mantenimiento del orden económico vigente.
De hecho, la revolución científico-técnica entraba en una etapa nueva en 1966. La expansión de la economía mundial de la post II Guerra Mundial encontraba límites serios para la expansión del mercado mundial. La post guerra estuvo marcada por un movimiento mundial a favor de la reforma agraria (que se expande en China, tanto la continental como en Formosa, en Japón, en Corea, en Indochina, en India y en otros casos menos importantes) que integraron al mercado mundial millones de campesinos. De la misma forma, gobiernos progresistas (los llamados populismos!) habían aumentado la participación de los trabajadores en la vida económica de gran parte del llamado Tercer Mundo.
Esta extensión de los mercados del Tercer Mundo se sumaba a la expansión de los mercados en las economías centrales alcanzadas con la consolidación del Estado del Bienestar, la fijación del dólar como moneda mundial y la expansión de las inversiones americanas por todo el mundo. Esta expansión, realizada por empresas multinacionales y apoyadas en las políticas estatales desarrollistas, incorporaban las innovaciones revolucionarias en las fuerzas productivas acumuladas por la revolución científico-técnica que irrumpe en la década de 1940. Estas innovaciones se hacen posibles económicamente por la voluntad de los pueblos y gobiernos, expresada durante la guerra y en la post guerra, después de haber sido reprimidas por la larga crisis de la economía mundial entre las dos guerras mundiales.
El crecimiento de esas inversiones permitió crear una base industrial en las antiguas zonas agrarias del mundo. Pero estas industrias estaban orientadas hacia los mercados internos que se expandían con las reformas sociales ya citadas. Pero en 30 años de expansión fueron alcanzando áreas del mundo donde las reformas sociales ya no eran bienvenidas para el sistema mundial. Los cambios sociales ganaban dimensiones mucho más profundos que las aceptables por el sistema socioeconómico dominante –el capitalismo se sentía conminado por el contenido antiimperialista y socializante del movimiento reformista mundial. Con esto, la expansión de los mercados mundiales se hacía muy cara y peligrosa.
Era más seguro reestructurar el conjunto del sistema mundial en otra dirección. Se trataba de ofrecer el mercado de los países centrales a las industrias emergentes en las economías más dinámicas del Tercer Mundo (los llamados new industrial countries – los NICs) proveyendo una nueva división internacional del trabajo. Lo que no fue posible medir muy claramente fue el hecho de que la creación de núcleos industriales en esas regiones daría origen también a un nuevo poder de generación de tecnologías propias que permitiría a algunos de esos países iniciar una competencia seria con el centro del poder mundial.
Esto es lo que acontece durante los años recesivos de 1966 a 1994 (fase B de ciclos de Kondratiev) cuando Japón, sobre todo, y en parte los tigres asiáticos inauguran la nueva fase de las fuerzas productivas mundiales caracterizadas por la incorporación de los robots al sistema productivo. La recuperación de China e India las transforma en la actualidad en potencias industriales exportadoras. La expansión de los centros industriales y la nueva división internacional del trabajo que se va armando ya no puede detenerse.
Pocos pudieron apreciar el impacto antiinflacionario de esa mutación. Con la robotización y los nuevos materiales, los precios de los productos industriales bajan drásticamente, los gastos mayores están en las áreas de investigación y desarrollo, marketing, gestión. Esta situación abre camino a la copia de productos a precios ínfimos. Los monopolios se ven frente a frente con una rebaja drástica de las barreras de entrada. Las nuevas potencias empiezan a amenazar los monopolios centrales de la economía mundial y los excedentes financieros conseguidos con los superávits comerciales substituyen a los poderes económicos que se pensaban totalmente estables. Están aseguradas las condiciones para un boom económico de mediano plazo. Este es el periodo actual. Crecimiento económico con tendencias deflacionarias y caída de costes de inversión a nivel mundial. Desvalorizació n de la enorme masa de capital financiero acumulado en el periodo recesivo. Lucha creciente por el control de la economía mundial. Los que creen que un largo auge económico significa tranquilidad al contado están muy engañados. (Traducción ALAI)


Theotonio de los Santos, economista brasileño, es autor de la trilogía sobre la economía contemporánea: Teoría de la Dependencia: balance y perspectivas, Plaza y Janés, México, Sudamericana, Buenos Aires; Economía Mundial e Integración Latinoamericana, Plaza y Janés, México; Del Terror Esperanza: Auge y Declinación del Neoliberalismo, Monte Ávila, Caracas.